Wednesday, November 03, 2010

Los jóvenes, amantes del ballet, son obra de la Revolución Cubana

En Cuba el acceso al ballet es fenómeno inédito en la tradición de esta manifestación artística, marcada históricamente en otras latitudes por su acento elitista. En esta edición del Festival Internacional de Ballet de La Habana, la presentación de las mejores figuras de la danza mundial se vuelca en un escenario poblado por las miradas asombradas y expectantes de jóvenes cubanos


Annasan
asanchez@enet.cu

La Habana.- Da gusto advertir la presencia de tantos jóvenes reunidos en torno a un evento de innegable riqueza patrimonial: la XXII edición del Festival Internacional de Ballet de La Habana.

Si los públicos son un medidor de la estatura cultural de un cónclave, este evento ha dado pruebas de su riqueza intrínseca como institución y de su capacidad movilizadora para atraer a las más diversas sensibilidades de jóvenes cubanos, con independencia de su formación profesional o nivel escolar.

Estudiantes y chicos de los más diversos estratos y perfiles laborales, muchos de ellos, naturalmente, vinculados a las artes, han acudido a este Festival de La Habana que congrega a memorables compañías danzarias del mundo como el Ballet Theatre de Nueva York.

Lo han hecho desde el agradecimiento a una joya de la cultura cubana en su 90 aniversario de vida: Alicia Alonso; pero también han asistido animados por los saberes enciclopédicos atesorados en los ballets y sus intérpretes, cada uno en sus respectivos estilos y coreografías, directores y arreglos musicales, resultando de este conjunto valiosos estímulos para el crecimiento de la mente y el corazón.

En Cuba el acceso al ballet es un fenómeno inédito en la tradición de esta manifestación artística, marcada históricamente en otras latitudes por su acento elitista.

En realidad, para la idiosincrasia cubana, el baile constituye ingrediente esencial de una manera de ser y sentir típica que se ha estimulado con las posibilidades de accesos reales a un mundo creativo favorecido por Alicia desde los inicios de esa institución, fundada por ella y Fernando Alonso en el año 1948.

Disfrutemos pues de ese doble espectáculo maravilloso que sólo el Festival de Ballet de La Habana hace posible: la presentación de las mejores figuras de la danza mundial en un escenario poblado por las miradas asombradas y expectantes de los juveniles públicos cubanos.

Friday, October 01, 2010

La muerte como enlazadora de vidas

“Es un crimen no oponer a la muerte todos los
obstáculos posibles.”
José Martí

Sabida es la idea de que cada hombre constituye un mundo diferente, un mundo individual, de que todos tenemos concepciones distintas frente a disímiles sucesos vitales; pero sabido es también que existen constantes en el pensamiento de todos. Una de ellas es la muerte. Este es uno de los temas universales sobre los que más se ha meditado a lo largo de los siglos.

Muchos poetas vierten su espíritu en la vida que brota en sus versos sobre la muerte. Reflexiono en estos momentos sobre Cuba y Costa Rica. Acerca de Cuba, por encontrarse aquí la huella de una excelsa figura sobre la cual he estudiado el tema: Dulce María L4y0naz (1902-1997); acerca de Costa Rica, porque al tropezar con un número de la revista costarricense International Graphiti, emergió ante mí la similitud de sentimientos del poeta Isaac Felipe Azofeifa (1909) y la poetisa cubana.

Es por ello el deseo de enlazar a través del sobrecogedor y atrayente tema de la muerte a una de las voces más significativas de la literatura costarricense y a una de las petisas más importantes en lengua hispana ganadora del Premio Cervantes en 1992.

Ante Isaac Felipe Azofeifa aparece poéticamente la presencia sosegada… casi inocente… casi buena… casi ángel caritativo “iluminado todo con su sombra”, casi humana de la Muerte preguntando en el poema “El Ángel”: “¿Qué muerte quieres?” Entonces contesta el poeta: “No quiero muerte/ súbita, quiero luchar contra usted/ si es usted la muerte./ Pero luchar en silencio, reciamente./ Sé por supuesto que toda la victoria/ está en su mano./ Pero yo quiero/ pelear mi muerte como he peleado mi/ vida/ contra mis enemigos:/ la fatiga, el dolor, el miedo,/ la decepción, hasta –mire usted--/ el cobarde suicidio./ Así como he sido el héroe/ de mi vida, quiero ser anónimo/ soldado de mi muerte.”

El poeta, como todo hombre racional, sabe que el momento de la muerte es impostergable, que ese momento viene irrevocablemente a arrancarnos una vida; pero él desea enfrentarse a la agresora, desea luchar contra ella estoicamente al poner su voluntad a prueba de dolor, a prueba del cansancio y a prueba del horror.

Como buen protagonista de su vida, debe asumir el último momento en correspondencia con ella. Seguirá luchando, solo que ahora será en el silencio, en la gravedad, en el misterio, en el recogimiento dinámico, en un desgarramiento interior.

Pero en este cumplimiento de su programa de vida, el poeta parece “desconocer” una verdad, la cual es revelada por el Ángel: “Te equivocas, poeta,/ estás muriendo desde que naciste./ Tus células cuentan/ uno a uno los días./ Mi poder es un mito”. Y a construir su mito le ayuda el tiempo, esa fiera fugaz que deja su huella a cada paso.

Se hace pues evidente que cada instante de nuestra vida nos va acercando a la muerte, que vamos viviendo muertes constantes; que cada milímetro de nuestra piel, que cada milímetro de nuestro cuerpo es una prueba objetiva de que ella va viviendo en nosotros a través del tiempo. Por ello es que hay que luchar siempre y, parafraseando al poeta, hay que ser héroes de nuestras vidas hasta el último aliento, hay que amar la vida bajo el gobierno de nosotros mismos, hay que tratar de lograr todo empeño, estar en un constante empleo, agrandarse ante todo obstáculo para llegar al final de pie ante el hecho de haber luchado por la vida más allá de lo posible.

En esta ardua lucha Dulce María Loynaz y del Castillo, envuelta en su resignación cristiana, no olvida al Señor: “Señor, es necesario que me des con el pan nuestro, el sueño nuestro de cada día […] Si no duermo, no hay días que contar en esa vida que te debo y que debes. No hay más que solo un día neutro, un día sin ayer y sin mañana, perdidos sus perfiles, perdidas sus fronteras, que solo marcar puede tan dulcemente el sueño. Marcar y hacernos llevadera la presencia de ese monstruo invisible que es el tiempo; monstruo que no debemos siquiera imaginar, y cuyo verdadero nombre ignoramos y del que no tenemos más vestigios que las lentas, pero seguras dentelladas que va dejando al paso en nuestro entorno, en nuestra alma, en nuestro cuerpo.”

Pero también se acerca la poetisa a Dios para autoexaminarse en su preocupación estoica por lo que puede brindar su humilde espíritu armado de modestia: “Señor que lo quisiste: ¿Para qué habré nacido?/ ¿Quién me necesitaba, quién me había pedido?// ¿Qué misión me confiaste? y ¿por qué me elegiste,/ yo, la inútil, la débil, la cansada…? La triste// [...] ¿Qué dejaré a la vida? ¿Qué dejaré a la muerte?...”

Ella también conoce que la muerte será al final la ganadora, pero al igual que Isaac Felipe, desea hallar una solución, un camino que los ayude a ser inmortales. Dulce María se diluye en un yo cósmico pluralizado al poseer un sentimiento de lo eterno a través de los elementos naturales: flor, río, nube, para así sumergirse en una eternidad siempre móvil. Por ello a veces se dice: “(Quisiera ser como el río,/ que se está yendo siempre… ¡Y no se va!)” Y en otras ocasiones piensa: “Quién pudiera como el río/ ser fugitivo y eterno:/ Partir, llegar, pasar siempre/ y ser siempre el río fresco…”

Ella tiene conciencia de que “Camino hacia la sombra./ Voy hacia la ceniza mojada –fango de/ la muerte…--, hacia la tierra.// [...] Ahora voy caminando hacia el polvo,/ hacia el fin, por una recta/ que es ciertamente la distancia/ más corta entre dos puntos negros.”

Pero la verdadera solución ante la problemática de la muerte en estos dos escritores está en la palabra profética del Ángel de Isaac Felipe, palabra profética que dejará marcado el destino de estas almas poetas, porque sin duda, ese Ángel diría a cada uno: “El poder es un mito./ Pero tú trajiste en las venas/ contigo, la poesía/ vencedora eterna de la muerte./ Ahora mismo, ya has vencido./ Es tu victoria. Lo demás es/ vacío, olvido, polvo apenas.”